En la Iglesia Antigua, este era el tiempo en que los catecúmenos (adultos que se preparaban para el Bautismo) recibían los últimos retoques en su formación para la vida cristiana: debían entregarse a una catequesis más intensa y a los ejercicios de oración y penitencia. Poco a poco, toda la comunidad cristiana empezó a participar en este camino, tanto para unirse a los catecúmenos como para renovar en sí mismos la gracia del propio Bautismo y el fervor de la vida cristiana, preparándose así para la Santa Pascua. Así surgió la Cuaresma: un tiempo en el que los cristianos, mediante la penitencia y la oración, absteniéndose de los excesos, buscan renovar su conversión para celebrar en la alegría espiritual la santa Vigilia Pascual, en la madrugada del Domingo de Resurrección, renovando sus promesas bautismales.
Las buenas prácticas de la Cuaresma
Oración: nos hace vivir en comunión y familiaridad con Dios. No existe vida cristiana sin comunión con Dios y ésta se traduce en la escucha atenta y asidua de la Palabra de Dios, en la oración personal y comunitaria y en la experiencia de la "amistad con Dios".
Ayuno: incluye todas las formas de penitencia, las opciones y las renuncias y sacrificios necesarios para corresponder a los caminos de Dios. El ejercicio del ayuno debe ser una ayuda para nuestra conversión a Dios.
Limosna: se trata de la caridad fraterna. Este tiempo santo debe abrir nuestro corazón a los hermanos: la limosna, la capacidad de ayudar, visitar a los enfermos, aprender a escuchar a los demás, reconciliarnos con alguien de quien estamos alejados, ¡son algunas de las cosas que se pueden hacer en este sentido! ¡Es este cuidado, esta caridad hacia los hermanos, especialmente los necesitados, lo que dirá la verdad o mentira de nuestra búsqueda de Dios y la autenticidad de nuestra penitencia!
Lectura de la Palabra de Dios: Este es un tiempo de escucha más atenta de la Palabra: el hombre no vive solo de pan, sino de cada palabra que sale de la boca de Dios. Recomendamos leer durante este tiempo el Evangelio de San Marcos, que la Iglesia está leyendo los domingos de este año.
Invitados a la Conversión
“¡Este es el tiempo de la conversión!”, nos dice San Pablo.
¡Que en este momento podamos identificar nuestras debilidades, que nos alejan de Cristo, y tratar de combatirlas, combatirlas en esta Cuaresma!
La Tradición de la Iglesia llama a estas acciones “combate espiritual” y “lucha contra nuestras sombras”. Nuestras sombras son nuestros excesos, nuestras malas tendencias, que hay que combatir. ¡En Cuaresma, es necesario identificar los que son más fuertes en nosotros y luchar contra ellos!
La liturgia cuaresmal
Este tiempo sagrado está marcado por algunos signos especiales en las celebraciones de la Iglesia: el color de la liturgia es el morado, señal de sobriedad, penitencia y conversión; no se canta el Gloria en la misa (excepto en solemnidades y fiestas, si las hubiese); no se canta el aleluya que, como signo de gozo y alegría, sólo se volverá a cantar en la Pascua de la Resurrección; no está permitido usar flores en los altares, como signo de despojo y penitencia.
Lo importante es que todas estas prácticas nos lleven a una preparación seria y comprometida para lo esencial: ¡la Pascua! Las observancias cuaresmales no son actos vacíos, sino instrumentos para hacernos crecer en el proceso de conversión que nos lleva al conocimiento espiritual y al amor de Cristo. Tengamos presente que el punto culminante del camino cuaresmal es la renovación de las promesas bautismales en la Vigilia Pascual y la celebración de la Eucaristía Pascual en esa misma Noche Santa, pasando del sábado al Domingo de Resurrección.
¡Que todos puedan tener una intensa vivencia cuaresmal para celebrar con alegría espiritual la Santa Pascua del Señor!
Fuente: Adaptación del texto de Don Henrique Soares